Tengo la sensación de
que mucha gente no comprende el significado de la palabra democracia,
o mejor dicho, lo desconoce. Esta palabra se oye prácticamente todos
los días, se pide a gritos y se defiende de manera vehemente,
furiosa. Pero estos gritos carecen de toda fuerza pues esta palabra
ha sido vaciada de contenido. Se escuchan hasta cosas como: ¡Hace
falta más democracia! La democracia implica una serie de
características que conforman un sistema y aunque hay diversos tipos
de democracia, cabe pensar que, o existe democracia o no existe. La
ignorancia, destructora del valor y el significado de la democracia,
es la razón por la cual tantísima gente es capaz de defenderla
mediante los argumentos más estúpidos. La democracia ya no es
defendida como el sistema de gobierno más justo por tal o cual
razón, como la mejor o menos mala manera de convivencia de un
pueblo. Ahora el demócrata lo es porque él es igual que todos los
demás y por encima de él no hay nadie. El demócrata lo es porque,
según él, su opinión es tan válida como la de cualquier otro. Da
igual que el majadero de turno no tenga ni idea de lo que está
hablando, porque estamos en un Estado democrático y su opinión vale
tanto como la de cualquier otro. Pero claro, qué podemos esperar de
un país que ha contado entre sus ministros con gente como, por
ejemplo, Carmen Calvo, que será recordada por celebérrimas perlas
como lo de que el dinero público no es de nadie, dixi o pixi o su
“antes que cocinera he sido fraila”. Ahora ya se intuye que ese
“fraila” eran los inicios del “atentado final” contra nuestra
lengua, continuado magistralmente por Bibiana Aído y su “miembros
y miembras”. Ignorancia y estupidez en estado puro.
La idea de que todo el
mundo puede opinar lo que le parezca y ser aceptado sin un análisis
crítico y una discusión en condiciones nos ha llevado a una
mediocridad sin precedentes, pues ésta mediocridad es ahora aceptada
e incluso cultivada como derecho. A su vez, esta mediocridad, ayudada
por la mala fe de los de arriba, ha llevado consigo un aspecto mucho
más perverso aún, pues ha servido no solo para mantener la división
ya existente entre los españoles sino incluso para potenciarla.
Ahora todo es más accesible pero en estado adulterado. La
información y la educación llega a prácticamente todo el mundo,
eso si, la primera modelada y la segunda empequeñecida. Así, todo
el mundo sabe de todo sin tener ni pajolera idea de nada. Se habla de
todo sin saber de lo que se está hablando y se oye por todos lados
que si la izquierda, la derecha, el capitalismo, el comunismo, los
mercados, la democracia... Esos dos bloques ideológicos existentes
en España y que parece ser, son completamente indisolubles. No hay
discusión ni argumentación posible. Estás con nosotros o estás
contra nosotros y si eres de un bloque serás insultado por los
otros. Eres facha o estalinista, una de dos pero no ninguna. Siento
repetirme con estas cosas pero quiero hacer un especial hincapié en
ello porque es lo que verdaderamente debe ser corregido si queremos
prosperar. Necesitamos espíritu crítico y menos ideología, más
inteligencia y menos ignorancia. Si no superamos esos dos bloques
ideológicos no podremos salir de esta. Esos dos bloques ideológicos
han sido magníficamente explotados por los de arriba y sirve como
arma magnífica para el dominio colectivo.
Como ya he dicho tengo la
opinión de que la palabra democracia, como tantas otras, ya
prácticamente no vale nada. Tenemos dos grupos de personas. Aquellos
que demandan democracia o al menos más de la que supuestamente
tenemos, y aquellos que insisten en que, a pesar de los defectos, lo
que tenemos sí que es una democracia. El problema es que ambos
grupos están llenos de personas que parecen tener un absoluto
desconocimiento de lo que una democracia es. Ante la pregunta de si
tenemos democracia yo respondo que no. Y para entender mi respuesta
repasemos primero lo que es una democracia.
La democracia se gesta
por primera vez en la Atenas del siglo V a.c, resultado de un proceso
de evolución política que implica el aumento de los derechos
sociales de participación política y la igualdad (isonomía) de los
ciudadanos ante las leyes. Este proceso de evolución finalizó con
la identificación de las polis con el cuerpo de ciudadanos
(politeia) constituyendo una idea básica: ciudadanos libres e
iguales ante la ley, con capacidad de tomar decisiones políticas
vinculantes. Cabe destacar el modo de organización de la democracia
ateniense con la Asamblea (ekklesia) de todos los ciudadanos. Dicha
asamblea se reunía 40 veces al año y en ella se decidía sobre
leyes y diversas cuestiones. Como ya he dicho era una asamblea
conformada por todos los ciudadanos, es decir, que el pueblo ejercía
de forma directa, sin representantes, el poder legislativo en las
polis (de ahí el nombre de democracia directa). No debemos olvidar
sin embargo que la condición de ciudadano en modo alguno incluía a
las mujeres, esclavos o metecos (extranjeros). De este modo, si
Atenas tenía por aquel entonces unos 200.000 habitantes, solo unos
38.000 eran considerados ciudadanos (de ahí la concepción de Atenas
como democracia limitada) Otra característica fundamental es que los
puestos ejecutivos, salvo contados casos, se asignaban por sorteo y
no por elección, entre todos los ciudadanos sin exclusión de
clases. También espectacular para la época es que la justicia
pasó a ser impartida por tribunales populares. Esto supuso un cambio
radical pues los códigos anteriores emanaban de las autoridades
divinas. Por primera vez se formula un ordenamiento jurídico emanado
de las propias polis, con un nuevo poder llamado nomos (norma)
equivalente a la lex (ley) romana. Aparece pues una ciudad
organizada por sus leyes humanas (politeia) y junto con ella nació
la democracia, constituida por un conjunto de ciudadanos libres e
iguales ante la ley y con participación activa en la esfera política
mediante la toma de decisiones vinculantes.
Ese sistema hace mucho
que desapareció pero muchas de sus ideas siguen vigentes hoy en día,
al menos en el pensamiento. Indudablemente, algunas de las
características de ese sistema son difícilmente transferibles al
mundo moderno. Es cierto que Atenas no tenía la población de los
países actuales, más aún teniendo en cuenta que la categoría de
ciudadano excluía a la mayor parte de dicha población. Esto hacía
muchísimo más fácil la formación de la Asamblea (ekklesia) y el
nombramiento de los puestos ejecutivos y dificulta su puesta en
práctica en el mundo actual, si bien hay multitud de pueblos y
ciudades de tamaño similar en nuestro país y no por ello se sigue
el ejemplo de Atenas. Otros podrán decir que debía ser muy fácil
mantener el chiringuito de las asambleas mientras miles de esclavos y
mujeres realizaban el trabajo cotidiano. Por uno u otro motivo se ha
asumido que esa democracia directa es hoy por hoy imposible y se ha
aceptado lo que se conoce como democracia representativa, en la cual
el pueblo ya no es quien toma las decisiones legislativas y
ejecutivas sino que por medio de la votación escoge las autoridades
encargadas de representar a la ciudadanía en la toma de decisiones.
Esta nueva idea de la
democracia se ha ido formando a través de varios siglos en los que
numerosos pensadores como Spinoza, Rousseau, Montesquie o Tocqueville
han escrito largo y tendido sobre la democracia. No es momento de
escribir aquí sobre el pensamiento de estos autores y sus
diferencias pues daría no para una entrada sino para varios libros.
Sobre la democracia y la libertad se ha escrito mucho, con obras tan
conocidas como “El contrato social” de Rousseau (a quien muchos
atribuyen el papel de fundador de la conceptión teórica moderna y
totalitaria del estado) o por ejemplo “La democracia en América de
Tocqueville” y “Sobre la libertad de John Stuart Mill” (quizás
éste último libro difícilmente comparable a los otros en cuanto a
contenido y alcance). Ya he dicho que no es mi intención hablar
sobre el pensamiento de estos autores pero sí es necesario tener en
mente que sobre la democracia, la libertad y la igualdad se ha
escrito muchísimo y ha habido opiniones radicalmente opuestas. Sin
embargo, a pesar de esas diferencias existentes, existe una idea de
la democracia moderna o al menos una serie de puntos clave que
definen a una democracia actual.
El punto de partida es la
soberanía del pueblo, requisito indispensable de la democracia. Ésta
toma forma, en el mundo actual, mediante la votación popular
(sufragio universal), a través de el cual se eligen los
representantes o autoridades que llevarán a cabo las decisiones
(tanto el poder legislativo como el ejecutivo). Otro pilar esencial
es la división de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial), cada
uno de ellos independiente y controlado por los otros, para así
evitar casos de corrupción o irregularidades. Además en una
democracia moderna debe existir una carta magna o Constitución,
donde se establece las normas por las cuales las autoridades son
elegidas así como los mecanismos de control y las limitaciones
constitucionales. La Consitución también debe plasmar tanto los
derechos como las obligaciones (olvidadas por muchos) de todos los
ciudadanos de la nación.
Particular atención
requiere el poder judicial, el cual actúa como árbitro y fundamenta
su actuación en las leyes y, aún más importante, en la
Constitución. Esto creo que hoy en día es necesario remarcarlo pues
el problema no es solo que el poder judicial esté politizado (que lo
está) y controlado por el poder ejecutivo sino también el absoluto
desprecio por la Constitución, donde muchos pretenden saltársela y
cambiarla, o por el contrario hacen una defensa a ultranza de ella,
sin contar con los ciudadanos. Tanto la Constitución como las leyes
se pueden cambiar o modificar, pero con la aprobación mayoritaria de
los ciudadanos. Un Estado de Derecho no implica una democracia, pues
todo Estado tiene leyes y si no, no es estado, pero toda democracia
implica un Estado de Derecho al cual todo el mundo se encuentra
sometido. Las leyes se pueden cambiar o no pero hay que cumplirlas, y
esto parece que no le ha quedado claro al personal. Ni que decir
tiene que la Constitución establece que todos los ciudadanos son
iguales ante la ley, esa isonomía de la que hablaba al princio.
Estos pilares básicos constituyen nuestra democracia moderna y dicho
sistema ha pasado a considerarse como el sistema de gobierno menos
perjudicial para el manejo de los asuntos de Estado. Es éste el
argumento, al menos en teoría, por el cual los ciudadanos “elegimos”
vivir en “democracia”. Aceptando la dificultad de poner en
práctica la democracia directa, tendremos que analizar nuestra
democracia representativa (ver siguiente entrada).
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